¿Qué es la
sociología?
Con este módulo nos proponemos contribuir a su formación
desde un área específica de las Ciencias Sociales: la Sociología.
A menudo percibimos la realidad de manera contradictoria. A
veces, nos parece vivir en un mundo cada vez más caótico, vertiginoso y menos
controlable por el “hombre común”: Frecuentemente sentimos que muchas
decisiones importantes para nuestras vidas son tomadas en un lugar lejano por
personas de las que ni siquiera conocemos su existencia. Pero, al mismo tiempo,
recibimos y reproducimos cotidianamente un discurso que privilegia la
responsabilidad del individuo por sobre cualquier condicionamiento social. Por
ejemplo, cuando se culpabiliza a los desocupados, con la conocida frase “aquí no trabaja el que no quiere”
diciendo que, o bien no se capacitaron
lo necesario, o bien no buscaron
trabajo lo suficiente. Así, la desocupación pasa a ser presentada como un problema
individual, con causas individuales y, quizás, lo más importante de este tipo
de argumentación, con soluciones individuales.
La sociología se ocupa de
abordar la dimensión social de aquellos problemas que aparentan ser
individuales o que, por diferentes intereses, se presentan como si fueran
individuales y no afectaran a grupos o clases.
Dimensión social: los
procesos y productos materiales y simbólicos que los seres humanos creamos y
recreamos, voluntaria o involuntariamente, día a día en interrelación con
otros. Esto puede ocurrir, tanto de manera conflictiva como armoniosa, en
presencia o en ausencia de esos otros.
Si mira a su alrededor verá que vivimos en un mundo
socialmente construido. No solo porque vivimos rodeados de “cosas” inventadas por
hombres y mujeres, sino porque, incluso,
nuestra manera de pensarlas o de imaginarlas, es social. Lo hacemos mediante el
lenguaje y, como habrá estudiado en Lengua, el lenguaje es una construcción
social.
El objeto de estudio
de las Ciencias sociales está constituido por los productos y
representaciones sociales y los procesos
que los generan.
Ciencias sociales
y ciencias naturales
A veces se presenta la imagen del científico como la de un
hombre con delantal blanco que, encerrado en su laboratorio, realiza
experimentos, aísla los elementos que pretende estudiar y ,finalmente, arriba a
grandes descubrimientos… o hace explotar tubos de ensayo en intentos fallidos.
Sin embargo, junto con la figura risible del “científico loco” que vemos desde
chicos en películas o en dibujos animados, en nuestra cultura, al conocimiento
científico se le reconoce un valor de verdad casi indiscutible.
Esto no siempre fue así. Desde finales de la Edad Media y,
fundamentalmente en el período llamado Renacimiento, la ciencia comenzó a
discutir las verdades dogmáticas de naturaleza religiosa. De allí que sean
muchos los autores que afirman que, en nuestras sociedades, la ciencia ocupa el
lugar de la religión. Las afirmaciones científicas son hoy casi tan
indiscutibles como lo fueron los preceptos religiosos en otras épocas.
Ahora bien, volvamos a la imagen del científico y de la
ciencia que veníamos analizando: nos encontraremos con que el modelo de ciencia
que manejamos es, la mayoría de las veces, el modelo de las ciencias naturales.
Cabe entonces la pregunta ¿puede el cientista social encerrarse en un
laboratorio y “aislar” los factores que pretende estudiar para comprender, por
ejemplo, la adhesión a un determinado partido político o las transformaciones
en las familias?
Las ciencias sociales se han enfrentado durante mucho tiempo
a este supuesto dilema basado en la imposibilidad de aplicación de los métodos
de las ciencias naturales, y podríamos pensar que incluso hoy, ante
determinadas situaciones, se cuestiona el carácter “científico” de algunas
investigaciones en ciencias sociales, precisamente por no corresponderse con
los parámetros de otras ciencias. Muchas
son las discusiones que giran en torno a las condiciones y posibilidades de
conocer científicamente la realidad. Distintas corrientes han dado respuestas,
a menudo contrapuestas, a este interrogante. Veamos una de esas corrientes,
precisamente a la que la sociología nace ligada
Desde mediados del siglo XIX e incluso hasta los inicios del XX
perseveró el intento de constituir el método de las ciencias sociales a imagen
del método de otras ciencias más “duras”: el método empírico. Intento que diera
lugar a la corriente conocida bajo el
nombre de positivismo.
Aplicado por primera vez por Saint Simon, pero sistematizado
por Comte (preste atención a estos nombres porque luego hablaremos de ellos),
el término “positivismo” designa un tipo de método de conocimiento que se aboca
a lo medible, observable y cuantificable.
Si bien tuvo varias derivaciones en distintas escuelas
epistemológicas, podríamos decir que los elementos centrales del positivismo
son:
a. Recurre a lo empírico: los “hechos” son tanto la fuente
como la prueba última del conocimiento.
b. Sostiene la
existencia de “leyes” que comandan tanto el orden natural como el social. Así,
para el positivismo, el cientista social debe “descubrir” las leyes de la
sociedad como el astrónomo entiende el movimiento de los planetas.
c. Cree en el progreso a través de la razón científica
d. A partir de lo anterior, para esta postura la metodología
de las ciencias sociales debería ser la misma que la empleada (indiscutidamente
con éxito) por las ciencias naturales.
Ciencia sociales y
el sentido común
“Sabemos”, a partir de los conocimientos de la astronomía, que
la Tierra es la que gira alrededor del sol, y no al revés, “sabemos” también
por estos conocimientos que el sucederse de los días y las noches se debe al
movimiento de rotación que la Tierra hace sobre su propio eje, “mostrándole”
distintas caras de su superficie al sol. Sin embargo, en nuestra experiencia
directa, percibimos que es el sol el que se mueve: lo vemos aparecer a la
mañana y esconderse al atardecer y así lo reflejamos en el lenguaje: decimos que el sol “sale” por el este y se
“pone” por el oeste, como si fuese el
sol quien se trasladase. Entonces, aun cuando sepamos que no es así, nuestra
percepción se impone por sobre ese saber.
Tenemos aquí un ejemplo de cómo nuestro sentido común a veces entra en
conflicto con el conocimiento científico. Sin dudas, esto sucede mucho más a
menudo con el conocimiento producido por las ciencias sociales que por otras
ciencias como la física o la
bioquímica. Todos, de una forma u otra,
interpretamos de algún modo el mundo social en que vivimos (podríamos intentar
una definición, aunque fuese provisoria, de qué entendemos por familia o cómo
“funciona” una familia, las leyes o el gobierno), pero posiblemente
no tendríamos mucho que decir acerca de los átomos o del proceso de
fotosíntesis.
Veamos un ejemplo: si entregamos una carta al empleado del
correo damos por sentado que esa persona
no la leerá y que la colocará en la bandeja correspondiente para que llegue a destino porque además suponemos que:
a) es un trabajador que cumple su tarea,
b) su fin o propósito
no es hurgar en nuestra intimidad sino cobrar su salario,
c) sabe cómo hacer para que nuestra carta llegue a
destino.
Atribuimos a las
personas y objetos que nos rodean, así como a los hechos sociales que
observamos - y de los que participamos –
un sentido sin el cual sería imposible interactuar; y que no constituye
una suposición personal, sino que es
construido y aprendido entre-sujetos. Este sentido al que hacemos referencia,
es producto del aprendizaje y, por ello
mismo, es compartido por los otros miembros de esa determinada sociedad, aun
cuando no esté distribuido de la misma manera entre todos los individuos.
Volvamos ahora al ejemplo anterior, en
el que afirmábamos que siempre, cuando interactuamos con otro, suponemos “algo”
de él. El empleado de correo, por su
parte, hace suposiciones acerca de cuáles son nuestras expectativas cuando le
entregamos una carta. Sabe que:
a) no esperamos que él la corrija,
b) no es él el destinatario, porque nos “ve” como un cliente
que tiene una cierta motivación para acercarse a la oficina del correo: que la
carta llegue a destino.
Se trata entonces de un sentido construido y compartido con
otros, de allí que digamos que es común.
Sentido común: son
construcciones socialmente distribuidas de pautas, motivos, fines, actitudes y
personalidades mediante las cuales los miembros de una sociedad comprenden la
realidad en la cual actúan.