Contra el
sentido común (Inseguridad y corrupción)
Por Manuel
Quaranta
La Real Academia Española miente. En su entrada
sobre sentido común define: "Modo de pensar y proceder tal como lo haría
la generalidad de las personas". No. El sentido común es un sentir común,
una sensación compartida e impenetrable que se mantiene a distancia de
cualquier reflexión; el sentido común es una reacción espontánea (y aquí con
espontáneo pretendo significar exactamente lo contrario de lo que esa palabra
significa) que en nuestros días se construye fundamentalmente desde las
empresas de comunicación periodísticas con un claro objetivo: determinar quiénes
son los buenos y quiénes los malos en una sociedad.
I
La inseguridad; inseguro es un lugar plagado de
peligros, una acción insegura es aquella que nos pone en riesgo; con inseguro
queremos indicar la inminente posibilidad de que algo malo (nos) suceda. Las
eventualidades son infinitas (nuestra existencia humana es insegura,
inquietante, y, por si fuera poco, absurda): obras en construcción que
incumplen las reglas mínimas de protección, empresarios que negrean a sus
empleados, bombardeos de pesticidas que envenenan pueblos enteros (en los
últimos años se han multiplicado las malformaciones y los casos de cáncer,
daños colaterales producidos por Monsanto), "accidentes" de tránsito
que en Argentina, tomando en cuenta el período 1992-2012, se llevaron 175.000 vidas,
etc. Sin embargo, cuando uno escucha la palabra inseguridad siente una
sensación unívoca: robo a mano armada perpetrado por un joven pobre y negro
(villero).
En el libro "La irrupción del delito en la
vida cotidiana" (Martini-Pereyra), puede leerse: "La inseguridad es
un significante salido de las entrañas del discurso periodístico sobre el
crimen, que terminó reemplazando metonímicamente a delito". Traducido: los
medios de comunicación lograron atrapar un significante flexible y orientarlo
hacia una única fórmula: inseguridad igual delincuencia; "las otras
inseguridades han quedado relegadas, directamente invisibilizadas". Esta
invisivilización explicaría por qué la "gente" nunca habla de las 21
personas que mueren por día en las calles por causas evitables, pero sí se
obsesiona con las 7 personas asesinadas.
Un detalle (obtenido del diario La Nación). Del
total de homicidios ocurridos el año pasado en Argentina, el 70%
aproximadamente pertenecen a la categoría denominada interpersonal (la víctima
conocía al victimario): amante, padrastro, portero, etc. En consecuencia, el
número de muertos por episodios de inseguridad (ocasión de robo), en el 2014,
fue de 2 por día, 770 en total (vale aclarar que la mayoría de ellos sucede en
las zonas marginales, bien alejadas del centro donde vive la "gente"
que más insegura se siente), casi diez veces menos que los producidos por
"accidentes" de tránsito (otro detalle llamativo; el 60% de las
infracciones por alta velocidad la producen autos de alta gama, siendo estos el
10% del total del parque automotor).
¿Entonces?
La respuesta apunta a la ideología. Según el
filósofo esloveno Slavoj Zizek la ideología es una relación inmediata con el
entorno social, "lo espontáneo", es lo primero que siento ante la
realidad que me circunda (una realidad sostenida en la fantasía). Por eso
inseguridad se convierte en un significante netamente ideologizado, que
responde, en última instancia, al objetivo fundamental de la criminología
mediática: construir un ellos, un otro peligroso, y, a la vez, proyectar la
existencia efectiva de un nosotros. Lo que hace la ideología, y por extensión
el sentido común (para Jacques Rancière el sentido común forma parte del poder
de policía, el conjunto de leyes e instituciones que debe cuidar el estado de
cosas) es excluir. Pensemos en las cámaras de seguridad, las rejas, los
cerrojos, los barrios cerrados (luego allí, los que buscan seguridad, terminan
matándose entre ellos), zonas de exclusión (Zizek considera que la ideología es
mantener al otro a distancia) en las que se promete recuperar el paraíso
perdido: de un lado los buenos y de otro los malos (la inseguridad, aquí, se
vuelve paradojal, nos confirma una línea de demarcación: estamos de un lado,
cómodos, seguros). Y justamente esta lógica de la exclusión impide que se
visibilicen las 175.000 muertes en veinte años; ¿por qué?, porque en los
accidentes de tránsito resulta imposible construir un ellos, un otro peligroso
puesto que los victimarios, potencialmente, somos nosotros.
II
Así como el término inseguridad nos conduce
inevitablemente al joven pobre y negro, la palabra corrupción también tiene un
actor exclusivo: los políticos. Parafraseando el libro citado: las otras
corrupciones han quedado relegadas, directamente invisibilizadas. El trabajo
cotidiano de las empresas periodísticas ha rendido sus frutos. Nadie piensa en
la corrupción privada (individual o grupal): en el médico que cobra plus y
acepta obscenas dádivas de laboratorios para recetar medicamentos
(inseguridad), en los supermercados que remarcan con 1000% productos de la
canasta básica (inseguridad), en el empresario que se guarda los aportes de sus
empleados (inseguridad), en la obra en construcción que para ahorrar pone en
peligro (inseguridad) a sus obreros, en el auto en doble fila (inseguridad),
etc. En el diario La Nación, una nota del 2011 afirma: "La corrupción
privada tiene menor repercusión política, social y mediática que la del sector
público, pero su importancia moral es similar. Por otro lado, no puede haber
corrupción pública si no hay un actor privado que la materialice [...] Pero la
corrupción privada también comprende a los negocios entre privados, cuando se
manipula la contabilidad para evadir impuestos, cuando se realizan auditorías
fraudulentas o cuando un gerente obtiene ventajas personales a espaldas de los
accionistas de su empresa". Por eso voy a escribir una frase incómoda: la
corrupción no le importa a nadie (Mauricio Macri se convierte en el símbolo
inequívoco de esta indiferencia). Es simplemente una excusa para ningunear al
enemigo de turno, al que despreciamos, siempre desde una improbable pureza y
transparencia que nos endilgamos para sentirnos satisfechos. Y por si fuera
poco, inmersos dentro de una lógica mercantil desquiciada, les pedimos a los
políticos que actúen como si fueran ajenos a los avatares históricos (y esto no
pretende ser una exculpación, sino un freno al sentido común). ¿Con qué
autoridad nos paramos frente a un semejante y le reclamamos una transparencia y
una pureza que sólo existe en sueños?
La nota de la Nación (nadie sospechará de un giro a
la izquierda en este periódico) finaliza: "Los argentinos nos debemos un
profundo examen de conciencia. La preeminencia de objetivos materiales sobre
los valores morales y éticos (aquí debería decir capitalismo) es el alimento
básico de la corrupción. Su extensión a los negocios públicos es una
consecuencia".
Ahora bien. El sentido común construido a través de
las empresas periodísticas (la política es sucia, los políticos son ladrones,
lo privado es mejor que lo público) constantemente intenta destruir la
confianza que sentimos frente a la única herramienta de cambio social que está
a nuestro alcance (quizás un marxista se ría de esto dentro de una democracia
formal burguesa), la política, y nos obligan a navegar en un escepticismo que
sólo beneficia a los poderes fácticos de turno (un conglomerado de capitales
financieros cuyos representantes visibles son las grandes cadenas
informativas).
Vemos que la lógica de la exclusión se repite: el
corrupto siempre es el otro. Convertimos al político en un peligro social,
cuando en realidad debería ser la condición de posibilidad de la transformación
o, al menos, más humilde, cierto límite impuesto a aquellos poderes. Es así
como surge la antipolítica mediática, conservadora por naturaleza, que sirve
para mantener a distancia cualquier intento de cambio.
III
Hace unos días me convocaron para dar una charla
sobre la pregunta "¿qué es la filosofía?". Mi recorrido tendía
puentes hacia otro interrogante que yo soy incapaz de deslindar del anterior,
¿para qué sirve? Bueno. Si de verdad nos comprometemos con nuestras lecturas,
si no es mera pose lo del pensamiento crítico (recordemos al célebre Luis Majul
y la fórmula con la que finalizaba su programa televisivo), si incorporamos,
hacemos cuerpo, nuestras reflexiones, no nos queda otra opción que comenzar una
guerra contra el sentido común. O, en términos de Zizek, pensar de nuevo,
volver a pensar, como ejercicio de rescate y ampliación. No existe una salida
diferente para un tiempo contaminado por un leguaje comunitario dispuesto a
proteger la visión de mundo más conservadora.
Actividad: Leer el artículo
periodístico y responde las siguientes consignas
1-
Identificar
la temática que aborda la noticia periodística
2- ¿Cómo define el autor Manuel
Quaranta el sentido común?
3- ¿Cuáles son los ejemplos que dan
cuenta de este sentido común por parte del autor?
4- ¿Qué intenta demostrar el autor
con estos ejemplos?
5- ¿Cuáles serian las posibles
soluciones para salir de esta problemática?
6-
Mencione
ejemplos de sentido común en su cotidianidad.